lunes, 10 de junio de 2013

Historia de un alumbramiento III: risas y llanto

Después de un “sabroso” desayuno apareció la matrona, algo más calmada (-imagino que trabajar de noche produce ese efecto, a la mañana siguiente tienes tanto sueño que pierdes fuelle-) para ponerme una nueva vía y despedirse, ¡¡bravo!!

Cuando llegó la nueva matrona la habitación se llenó de luz. María, inolvidable. ¡Con qué claridad lo explicaba todo! ¡Qué mimo ponía en las exploraciones! Simpática, cercana, cariñosa,… Estábamos encantados.

Me enchufaron la oxitocina y poco a poco empecé a notar las contracciones. Al principio no eran dolorosas, y cuando empezó a doler era algo soportable. Yo paseaba, me sentaba, me tumbaba, ¡hasta bailaba! Había llevado mi propia música, un variado de lo más ecléctico, lo que había escuchado durante el embarazo.

María volvió al rato y, a ritmo de November Rain, me rompió la bolsa. En ese instante supe que no me había equivocado insistiendo en que me ingresaran. Mi hija ya tenía el intestino maduro y, como apuntillo mi madre, se había cagado en su madre. Eso, a medio plazo, hubiera supuesto sufrimiento fetal. Respiré tranquila, había tomado la decisión correcta.

A partir de ese momento empezó el show. Cada vez que me reía, y, creedme, me estaba riendo mucho, un chorro de líquido amniótico se escurría entre mis piernas sin que pudiera hacer nada, ¡aggggg! Y claro, más risas. Y mi madre persiguiéndome, cámara en mano, haciéndome toda clase de fotos comprometidas, ¡hasta haciendo pis! Sí, con dos vías, la monitorización y las bombas de medicación, la verdad es que era digno de ver.

Poco a poco las contracciones fueron aumentando en intensidad y el dolor ya no era tan soportable, pero, aun así, no quería saber nada de la epidural. Sin anestesia podía estar de pie y pasear, algo que podía ayudar a acelerar el parto.

Alrededor de las ocho de la tarde me exploraron de nuevo. Solo había dilatado un centímetro y la oxitocina estaba a tope, así que vino la ginecóloga a verme para decirme lo que tanto temía yo: lo más recomendable era hacer una cesárea.


¡Cómo lloré! Estaba agotada y dolorida, con un desarreglo hormonal tremendo, y todo lo que había planeado para mi parto de desmoronaba ante mí… Pero no quedaba otra, era lo mejor. Así que, sobre las nueve y media de la noche, me llevaron , junto con Stephen, a la zona de quirófanos.

5 comentarios:

  1. Ya...ya conozco el final...pero hija, es que pones la publicidad en el momento más interesante!!!!

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    1. ¡Jajajaja! Así os tengo bien enganchados, :) Bueno, ya lo tienes, ¡te va a jartar a leer!

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  2. Madre mía que estrés me está entrando...jajajaja

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  3. Eso mismo pienso yo, si ya me estreso ahora no quiero ni pensar en cómo voy a estar cuando me toque. Ya si acaso espero unos añitos más, jeje...
    No, ahora en serio, voy a leer el final feliz. Es muy interesante leer la experiencia de alguien que no duda en contar lo bueno y lo malo. :)

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