jueves, 18 de septiembre de 2014

El Extraño Caso de la Doctora Jekyll y Miss Hyde

MiLily es muy buena. Como ya os he comentado alguna vez tiene su puntito de mala leche, algo que me parece muy saludable. Me gusta pensar que en el futuro va a una niña-adolescente-mujer asertiva, fiel a sus principios y con voz para rebelarse contra las injusticias. Aunque por lo general es de carácter dulce y risueño y los enfados no le duran mucho.

Pero… ¡sí, siempre hay un pero! Hay una situación en la que MiLily se transforma y deja de ser ese ser adorable para transformarse en algo parecido a la niña del exorcista, a veces con vómito a chorro incluido: los viajes en coche.

Me consuela saber que no es algo exclusivo de ella. Les pasa y les ha pasado a muchos bebés. Y digo que me consuela no por eso del “mal de muchos…” sino porque parece que es algo que la gran mayoría supera.

Pero, por el momento, me toca aguantarme y recurrir a toda una serie de estrategias que he ido perfeccionando con el tiempo. Aprovechar sus horas de descanso para que se cuaje nada más encender el motor, salir de muy-muy-madrugada cuando se trata de un viaje largo,  darle la teta en las posturas más inverosímiles -si no soy yo la conductora, claro-, cantar durante 40 minutos la misma canción, o mi nueva técnica infalible: ¡comida!

Yo, defensora de una alimentación equilibrada y enemiga de las guarrerías cuando se trata de mi niña, he tenido que renunciar a mis principios para mantener la cordura. Y es que conducir con un bebé berreándote en la oreja, además de romperte el corazón, estresa hasta el punto de convertirte en un pésimo conductor. Por no hablar de las consecuencias del llanto no atendido, el temido vómito, ¡qué asco que me da! 

Así que ahora llevo el coche lleno de bolsas de patatillas, gusanitos, palitos de pan,… y el bolso lleno de bolsitas de yogur o fruta para beber, golosinas varias y chocolatinas -el recurso “calma total”, solo para emergencias-.


¿Sufrís alguno estos mismos males? ¿Algún consejo, algún remedio que no se me haya ocurrido? ¡Estoy ansiosa por escuchar vuestras sugerencias y consejos!

jueves, 11 de septiembre de 2014

Cosas que no te contaron acerca de la maternidad

Me pica el gusanillo… ¡Quiero escribir! ¡Necesito escribir! Así que, aquí estoy, escoba en mano, limpiando esto de telarañas, y con la firme… ¿firme? determinación de darle un poquito de vida a este lugar, ¡vamos allá!

Hace poco leía un artículo que hablaba de esas pequeñas hazañas que te identifican como madre/padre y me partía de la risa: “eres madre cuando, en vez de huir de un chorro de vómito, corres hacia él”. Y eso es así. ¡ Ay, Vir, hay tantas cosas que nunca pensante que sucederían!

La maternidad engorda. Llevo más de un año a dieta, una dieta cuidada, en la que voy perdiendo peso poco a poco, sin prisa pero sin pausa. Sí, he perdido mucho peso, pero es que había mucho que perder (y todavía lo hay). Mucha gente con la que me veo de Pacuas a Ramos se queda impresionada por mi cambio, y es usual encontrarme con el comentario: “Claro, con esto de la maternidad seguro que no paras”. ¡Ay, ojalá fuera tan fácil! Sí, no paro, pero lo de adelgazar lo mío me cuesta. Porque, ¿qué haces cuando tu hija se deja tres míseras cucharadas de lentejas, cuatro trozos de pollo, dos patatas fritas y medio petisuis? ¡A la cintura de la madre! No lo vas a tirar, ¿verdad? Le añadimos a esto los arranques de generosidad de mi niña. No le puedo decir que no cuando me mete en la boca una de sus galletas, onzas de chocolate o trozos de fruta previamente masticados.

Cero intimidad. Vamos, que cuando voy a hacer un pis en el curro me llevo una foto de mi hija para que me mire, que si no me resulta rara tanta soledad. No, ya no tengo ningún tipo de privacidad. Me ducho con la puerta abierta  de par en par (no quiero ni pensar en cuando llegue el invierno, ¡me voy a congelar!). Si me siento en el váter allí está mi princesa, interesadísima abriéndome las piernas a ver qué es lo que sucede por ahí dentro. Y si quiero hacer cosas como depilarme o pintarme las uñas de los pies tengo que desplegar toda mi pericia para evitar que suelo, paredes y techo acaban llenos de pegotes pegajosos o creativas manchas de esmalte.

Redescubriendo al niño que llevas dentro. ¿En qué momento dejaste de montarte en los columpios y por qué? Eso me pregunto yo cada vez que me deslizo con deleite por un tobogán (con la excusa de ayudar a mi hija) o me columpio, con o sin ella. ¡Qué divertido!



¡Culpable! Una tarde tonta de estas en las que se me acumularon las tareas ineludibles, del tipo pon una lavadora ¡YA! porque te estás quedando sin bragas limpias, me quedé mirando a mi pequeña y me dije: “jolines, pobrecita, no hemos salido al parque.” Y me sentí culpable. Porque a mi nena le encanta ir al parque. Al día siguiente, sin falta, salimos al parque. Cuando volvía con ella me asaltó otra vez el sentimiento de culpabilidad. Jo, no habíamos estado suficiente tiempo en el parque… ¡Stop, parada de pensamiento! ¿Pero qué me pasa? ¿Es que nada es suficiente? Por la noche se lo contaba a 7ven, mira-tú-qué-tonta-que-estoy. Y resulta que a él le pasan también esas cosas. En fin, mal de muchos consuelo de tontos. De este momento y otros parecidos surge mi nuevo mantra: lo perfecto es enemigo de lo bueno.

Una nueva concepción del miedo. Yo era de las que iba al Parque de Atracciones deseando subirme en las más altas, rápidas y tortuosas montañas rusas, todas con nombres de lo más atractivo tipo Vértigo, El Abismo,… Ahora, si me subo en el tren de la bruja me paso el rato pensando en si tendría un buen día el tipo que apretó los tornillos o en si el ingeniero que lo diseñó era de los de notable o de los de cinco raspao… Me he vuelto una auténtica cagueta. Aún voy más allá. Me paso el día imaginando posibles desgracias que le pueden acontecer a mi hija en cualquier momento: ¿pero cómo la voy a dejar en la guardería en manos de un completo desconocido? ¿Ir a una excursión, en autocar, estás de coña? ¿Salir sola con los amigos? ¿Irte un mes a Roma a estudiar  italiano? Se me ponen los pelos de punta. Sí, ya sé, no puedo encerrarla en una burbuja y protegerla de todo mal, pero cómo cuesta soltarlos…


Y a vosotros, madres y padres, ¿qué sorpresas os ha deparado el estado de gracia?