Después de parir pasan muchas
cosas en el interior del cuerpo de la mujer. En cuestión de hormonas, yo pensé
que estaría preparada después del entrenamiento durante el embarazo… Pero, como
en tantas otras cosas, estaba equivocada. Ese torrente de desequilibrio
emocional que ahoga las neuronas cual tsunami… Nadie está preparado. Ni propios
ni ajenos.
Durante aquellas primeras 24
horas de vida extrauterina de mi hija tuve el peor ataque de emotividad de mi
vida. Era un momento de relativa tranquilidad en la habitación del hospital, un
momento íntimo de “solo féminas”, con mi hermana y mi sobrina. De repente
recordé el momento en que sostuve entre mis brazos por primera vez a mi
sobrina, mi Bichobola, la que ha sido
para mí casi, casi como una hija. Y recordé lo que pensé: “¿podré querer alguna
vez a un bebé más de lo que quiero a este?” Y me puse a llorar. Pero no llorar
bien, esas lágrimas silenciosas que ruedan por la mejilla mientras media
sonrisa ilumina tu cara… No señor, ¡llanto incontenible con pucheros mil!
Carrín y Bichobola lo fliparon.
Y, para tranquilizarlas intenté explicarme… Entre sollozos conseguí contarles
mi hilo de pensamiento, tratando de describir el inmenso sentimiento que me
embargó al recibir a mi hija, sentimiento que hizo palidecer a aquel del
pasado. Consecuencia, las tres llorando. Y, al minuto, las tres riendo entre
lágrimas.
Durante más o menos el primer mes
seguí sufriendo embarazosos e inesperados episodios de llanto. Esperaba que,
con el tiempo, las aguas volvieran a su cauce y mi emotividad se serenase… Es
verdad que me he serenado, pero las hormonas post-parto dejan holgura y ahora me emociono con una facilidad asombrosa. Y es
que las madres lloran, eso es así.
Doy fe de ello, lloráis con una facilidad pasmosa, pero eso es buena señal. Me encanta. Un abrazo y a seguir luchando
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