Después de un “sabroso” desayuno apareció la matrona, algo
más calmada (-imagino que trabajar de noche produce ese efecto, a la mañana
siguiente tienes tanto sueño que pierdes fuelle-) para ponerme una nueva vía y
despedirse, ¡¡bravo!!
Cuando llegó la nueva matrona la habitación se llenó de
luz. María, inolvidable. ¡Con qué claridad lo explicaba todo! ¡Qué mimo ponía
en las exploraciones! Simpática, cercana, cariñosa,… Estábamos encantados.
Me enchufaron la oxitocina y poco a poco empecé a notar
las contracciones. Al principio no eran dolorosas, y cuando empezó a doler era
algo soportable. Yo paseaba, me sentaba, me tumbaba, ¡hasta bailaba! Había
llevado mi propia música, un variado de lo más ecléctico, lo que había
escuchado durante el embarazo.
María volvió al rato y, a ritmo de November Rain, me
rompió la bolsa. En ese instante supe que no me había equivocado insistiendo en
que me ingresaran. Mi hija ya tenía el intestino maduro y, como apuntillo mi
madre, se había cagado en su madre. Eso, a medio plazo, hubiera supuesto
sufrimiento fetal. Respiré tranquila, había tomado la decisión correcta.
A partir de ese momento empezó el show. Cada vez que me
reía, y, creedme, me estaba riendo mucho, un chorro de líquido amniótico se
escurría entre mis piernas sin que pudiera hacer nada, ¡aggggg! Y claro, más
risas. Y mi madre persiguiéndome, cámara en mano, haciéndome toda clase de
fotos comprometidas, ¡hasta haciendo pis! Sí, con dos vías, la monitorización y las bombas de medicación, la verdad es que era digno de ver.
Poco a poco las contracciones fueron aumentando en
intensidad y el dolor ya no era tan soportable, pero, aun así, no quería saber
nada de la epidural. Sin anestesia podía estar de pie y pasear, algo que podía
ayudar a acelerar el parto.
Alrededor de las ocho de la tarde me exploraron de nuevo.
Solo había dilatado un centímetro y la oxitocina estaba a tope, así que vino la
ginecóloga a verme para decirme lo que tanto temía yo: lo más recomendable era
hacer una cesárea.
¡Cómo lloré! Estaba agotada y dolorida, con un desarreglo
hormonal tremendo, y todo lo que había planeado para mi parto de desmoronaba
ante mí… Pero no quedaba otra, era lo mejor. Así que, sobre las nueve y media
de la noche, me llevaron , junto con Stephen, a la zona de quirófanos.
Ya...ya conozco el final...pero hija, es que pones la publicidad en el momento más interesante!!!!
ResponderEliminar¡Jajajaja! Así os tengo bien enganchados, :) Bueno, ya lo tienes, ¡te va a jartar a leer!
EliminarMadre mía que estrés me está entrando...jajajaja
ResponderEliminar¿Estrés? ¡Pues verás cuando te toque! :)
EliminarEso mismo pienso yo, si ya me estreso ahora no quiero ni pensar en cómo voy a estar cuando me toque. Ya si acaso espero unos añitos más, jeje...
ResponderEliminarNo, ahora en serio, voy a leer el final feliz. Es muy interesante leer la experiencia de alguien que no duda en contar lo bueno y lo malo. :)