*Es
una entrada larguísima, vosotros lo habéis querido.
-¡Nada! Quince
minutitos se tarda… Y la madre, una hora en reanimación y a la habitación.
Así nos lo vendieron. A la
media hora de estar esperando en un claustrofóbico cuarto sin ventanas 7ven mandó un mensaje a mi madre y a
Carrín, que se habían quedado en la habitación: “no desesperéis, esto va para
largo, ni han empezado”.
Después de eso apareció el anestesista, un tipo
extrañísimo que nos dio muy mala espina. Hablaba como se movía, a cámara lenta.
El chiste, claro, no faltó, ¡estaba destinado a su profesión! No me gustó, no
nos gustó. Ni un pelo (como su cabeza).
A la hora, ¡por fin! Me metieron en el quirófano. Imagino
que todos los que habéis pasado por un quirófano recordáis lo desagradable que
es estar en pelotas delante de tanta gente. Pues ahora imaginad: yo sentada al
borde de la camilla con la puñetera bata de hospital resbalándose todo el rato
mientras un celador me sujetaba de los hombros inmovilizándome para que me
pusieran el catéter para la epidural. Él, pudoroso, se empeñaba en subirme la
bata, pero resbalaba una y otra vez… Al final me dio la risa, claro.
Esperpéntico. Y, a todo esto, el anestesista de los huevos protestando porque
no tuviera puesto el catéter.
Luego me tumbaron en la camilla-crucifixión, tan fina que
si me despisto me pego un morrazo. Vías por aquí, monitores por allá, una
pantalla de papel que parecía un mantel desechable de restaurante de
carretera,… Y de repente noto algo extraño.
-Se me están durmiendo los brazos.
-No puede ser –responde el anestesista.
¡Pero qué puta manía tienen los médicos con el dichoso “no
puede ser”! No es la primera vez que lo sufro, pero sí la más grave.
-Oiga, que sí puede ser y es…
Y él, ni caso.
A los pocos minutos me empezó a resultar dificultoso
respirar y se lo comuniqué con calma.
-Eso es que estás nerviosa, tranquilízate.
Imaginaos lo tranquila que se queda una cuando el médico
de turno no le hace ni puto caso. Respirar era cada vez más chungo y me empecé
a sentir muy atontada, hasta el punto que se me pasó por la cabeza una
reflexión estúpida: joder, con lo que me
ha costado esta nena y me voy a morir sin conocerla.
En esas elucubraciones estaba cuando el anestesista me
sacudió.
-…Eh? -Estaba muy atontada.
- Que qué te estoy haciendo – debía llevar un rato
preguntándome.
- No lo sé…- Levanté la cabeza y vi con espanto que me
estaba frotando con fuerza el pecho, justo bajo la clavícula, ¡y yo no notaba
nada! Si ya le decía yo, que se me estaban durmiendo los brazos, que no podía
respirar,…
Por fin me hizo caso: oxígeno, cambio de inclinación de la
camilla,… Luego, el muy hdp le dijo a 7ven
(-que no se lo creyó, me conoce bien-) que me había puesto un poquito nerviosa,
¡jajajaja! El que se puso nervioso es él.
Aun así siguió haciendo comentarios de los suyos:
-No puedo tragar
-Si puedes respirar puedes tragar. -¡Ole sus huevos!
Pero, olvidemos por el momento al cafre este… Yo oía en la
lejanía de mi atontamiento a los médicos. Uno dijo algo así como “vaya niño” y
pensé: “¡anda, es un niño! Y todo este tiempo pensando que era una niña…” Pero,
al momento, tras oír unos lloros muy enérgicos, levantaron a mi bebé por encima
del mantel de papel para que la viera y me dijeron: aquí tienes a tu hija.
No puedo describir lo que sentí en ese momento. Era una
cosa feíta, con la cara amoratada y llena de restos pegajosos, un montón de
pelo sucio pegado a la piel y gesto de rana, que me enamoró. Pensé: “no pasa
nada si es feuchina, para mí siempre será mi princesa”.
Enseguida me la quitaron de la vista y yo no hacía más que
preguntar por ella: quería verla, quería tocarla,… Al cabo de lo que me pareció
una eternidad me la trajeron de nuevo envuelta como un tamalito para que la
viese antes de que la llevaran con su padre, mientras a mí me cosían.
Sabiendo que estaba bien, que estaba con 7ven, toda la
tensión acumulada aquellos días se evaporó y me entró un sopor tremendo.
Del quirófano me llevaron a reanimación, pero antes pude
ver a 7ven y a mi niña. Estaban
esperándome a la salida del quirófano. Yo quería tocar a mi hija, cogerla,
besarla,… pero el efecto de la anestesia se iba pasando y me temblaba el cuerpo
incontroladamente. Una enfermera me la acercó y la emoción me colapsó: ¡Es tan
bonita! Era preciosa, perfecta,… ¿Cómo había podido pensar que era fea? ¡Si era
la cosa más linda que había visto en mi vida! Entre lágrimas me aparté de un
manotazo la mascarilla y le di un besito en la nariz. En una hora estaría otra
vez con ella… ¡Ilusa de mí!
Los astros se conjuraron contra mí y hasta pasadas tres
horas no me llevaron de nuevo a mi habitación, donde esperaba toda mi familia
disfrutando de mi pequeñaja. Una operación de apendicitis de urgencia y una
enfermera que no se enteró de que mi alta estaba firmada. Y todo ello aderezado
con una nueva discusión con el anestesista:
-Tengo frío.
-No, estás temblando.
-Ya sé que estoy temblando, pero también tengo frío.
-No, estás temblando –¡Mheeee, conversación entrando en
bucle!
Menos mal que el celador se apiadó de mí y me enchufó un
aparato de aire caliente por debajo de la sábana.
La máquina que me tomaba la tensión cada tres minutos
porque daba error no me dejaba descansar bien pero me medio adormilé mientras
el efecto de la anestesia daba paso al tremendo dolor. Aunque había perdido la
noción del tiempo llegó un momento en que comencé a impacientarme. Quería estar
con los míos, quería sostener a mi niña, lo necesitaba,… Empecé a calentarle
los cascos a la enfermera para que hiciera lo necesario. Cuando por fin
solventaron sus problemas de comunicación el anestesista (de nuevo) y la
enfermera, ella se me acercó y me dijo:
-¿Cómo te encuentras, te duele?
-Sí.
-Te voy a dar un calmante, cuando empiece a hacer efecto
te llevan a la habitación.
A los treinta segundos la llamé:
-Ya no me duele.
-Eso lo dices para que te saquemos de aquí.
-No, de verdad que ya estoy mucho mejor. -Mentira cochina,
pero me daba igual.
Ella sonrió indulgente y llamó a los celadores.
¡Vaya cracks! Entre dos me llevaron y no pudieron evitar
golpear la cama contra toda puerta, esquina y recodo del camino. Cada golpe
venía acompañado de una sacudida de dolor que, en mi delirio de cansancio y
ansiedad, me cuidé muy mucho de disimular, no fuera a ser que me devolvieran a reanimación. Por
fin llegábamos a la habitación… Vi a mi madre, al resto de mi familia, todos
querían hablarme, preguntarme, abrazarme,… Yo solo quería que me dieran a mi
niña…
No soy capaz de recordar con claridad ese momento, solo
recuerdo la sensación de paz, de trabajo terminado, de alivio,… y de AMOR. ¡Es
tan bonita…! repetía una y otra vez… Y lo sigo repitiendo.